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Mentalidad de futuro: el mañana es nuestra responsabilidad

¿Qué pasaría si el futuro pudiera escucharnos?

Por: Juan Manuel Higuita Palacio


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Estoy convencido de que liderar hoy exige una mentalidad diferente, distinta y distante de las raíces militares que dominaron la práctica hasta nuestros días. Vivimos en un mundo donde la inteligencia artificial redefine industrias, el cambio climático marca nuevos límites al desarrollo y la polarización social desafía nuestra capacidad de construir acuerdos y colaborar. En medio de este panorama, cada decisión empresarial, cada política institucional, cada elección individual, parece susurrar —o gritar— algo al mañana. Y aunque el futuro aún no hable, ya nos está escuchando.


Carol Dweck, en su obra “Mindset”, nos enseñó que hay dos formas esenciales de entender nuestras capacidades: con mentalidad fija, creyendo que somos lo que somos y nada más; o con mentalidad de crecimiento, creyendo que siempre podemos aprender, cambiar y mejorar. Esta distinción, aunque aparentemente simple, transforma la manera en que enfrentamos desafíos, fracasos y posibilidades. Pero hoy, el reto no es solo personal: es colectivo.


En Créame hemos explorado otro enfoque complementario: el diseño de futuros. Una metodología que nos invita a pensar no solo en lo que puede pasar, sino en lo que queremos que pase. Desde esa mirada, anticiparse no es predecir, sino actuar con conciencia. Es elegir activamente los escenarios preferibles y empezar a construirlos desde ahora, sin certezas absolutas, pero con visión, ética y compromiso.


Fusionar estas dos perspectivas —la mentalidad de crecimiento y el diseño de futuros— es urgente. Porque en un entorno que cambia vertiginosamente, la rigidez es un riesgo. Las organizaciones que sobreviven no son las más grandes ni las más inteligentes, sino las más adaptables. Y esa adaptabilidad nace, primero, de una forma de pensar. De un liderazgo capaz de ver el error como oportunidad, la crítica como aprendizaje, la incertidumbre como campo fértil para la creatividad.


Hoy el liderazgo no se define solo por la habilidad de tomar decisiones bajo presión, sino por la capacidad de imaginar futuros deseables y actuar en coherencia con ellos. Esto implica preguntarse con radical honestidad: ¿Qué legado estoy dejando con cada decisión? ¿Qué clase de mundo estoy alimentando con cada inversión, cada política, cada conversación?


La buena noticia es que la mentalidad se puede entrenar, y el futuro, se puede diseñar. Pero ambos exigen renunciar a la comodidad del control total y del victimismo que muchas veces nos auxilia para desresponsabilizarnos del presente y del futuro. Se trata de liderar con aceptación plena de la responsabilidad, con coraje, desde la humildad de no tener todas las respuestas, pero con la firmeza de sostener las preguntas correctas. Como líderes, no estamos llamados solo a gestionar lo que existe, sino a provocar lo que aún no ha llegado.


A esta altura del siglo XXI, ya no solo se trata de tener visión. Necesitamos mentalidad. Porque el futuro no espera. Y cada día que dudamos, otro escenario —posiblemente menos justo, menos humano, menos sostenible— avanza en nuestra ausencia.


El mundo no necesita más predicciones, necesita más decisiones con propósito. Y eso comienza en nuestra mente.

 
 

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